Así pues, cuando por fin escampó,
tras cuatro años, once meses y dos días, Úrsula Iguarán cumplió su
promesa, e incluso en el momento de
morir se mostró terca y decidida. El ánimo de su corazón invencible quedó truncado
por la soledad que la había invadido en los últimos años de su larga vida.
Murió sola. Lo cierto es que muy pocos en Macondo se acordaban de ella ¿cómo
podía ser aquello posible? Al fin y al cabo ella fue uno de los grandes pilares
sobre los que se construyó la ciudad, fue capaz de mantener a su estirpe unida
y se convirtió en la voz de la razón en una familia de locos. Sin embargo, nada
de esto parecía importar ahora. Aquella mujer testaruda, severa, siempre
preocupada por los suyos, diligente, laboriosa, tenaz… ella que había vivido
por y para los demás… En unos días no sería nada más que
polvo. Probablemente ni siquiera ocuparía un lugar en el recuerdo de los
habitantes de Macondo, y es que muchas veces las mujeres sostienen el mundo en
vilo para que no se desbarate, mientras los hombres tratan de empujar la
historia. Al final uno se pregunta cuál de las dos cosas será la menos sensata.
Laura Moreno González.
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