sábado, 22 de marzo de 2014

Fantine. Los Miserables, Victor Hugo (1862)


Era una puta.

Todo el mundo sabía que era una puta. Montfermeil, el pueblo donde había nacido, la miraba por encima del hombro. Las paredes del lugar, un lugar que había prosperado mientras ella caía por el abismo de la perdición, susurraban a sus espaldas.

Algunos aseguraban que se llamaba Fantine, otros que tenía una hija en algún lugar de Francia, y que por eso estaba así. Se decía que había sido realmente hermosa, antes de que la pobreza se llevase sus dientes. Su pelo, ahora cortado al ras, antaño era una hermosa melena rubia.

En realidad, poco importaba.

Había aprendido a ignorar los insultos. Paseaba por las calles, ajena a la atenta mirada de los vecinos. No merecía la pena, ninguno merecía la pena. Nadie. Salvo su pequeña. Si seguía viva, era por ella. No podía dejarla sola, no podía dejar que Cosette, su Cosette, pasara por lo mismo por lo que estaba pasando ella.

A nadie le sorprendió que aquel hombre le pusiera nieve en la espalda. Nadie acudió a socorrerla, a ayudarla. Ella se giró y le atacó, con los tristes restos de una dignidad ya perdida. Un corro se formó a su alrededor, aplaudiendo y victoreando como si se tratase de un animal de circo. Notó una mano agarrarla de su deshilachado y sucio vestido.


Y luego, miedo.

Andrea Florido

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