martes, 18 de marzo de 2014

Lisbeth Salander. Los hombres que no amaban a las mujeres (2005)


Volvía a casa tras acabar con uno de esos asquerosos pintores de lienzos morados y rojizos. "Un cerdo menos", pensó Lisbeth. Tras entrar en casa, fue directa hacia el ordenador. Un día más se convirtió en escritora anónima. Su blog era una caja de odio y desprecio que aumentaba mientras más salía al mundo real. Esta vez su objetivo eran los jefazos de una conocida empresa de publicidad. "Ese despacho está lleno de cerdos hipócritas que exhalan mezquindad y machismo en cada palabra", escribía con rabia.
Aquella chica desconocida para Lisbeth estaba convencida en ganarse un puesto entre los altos directivos de la empresa. Mucha y dura competencia, y más si desconocía el criterio de elección del Consejo. Lisbeth no la defendía; le repugnaba la actitud de ellos. La vacante de la empresa se ajustaba a la desconocida como un guante. Activa, segura, firme. Sin duda debía ser la elegida. Pero no lo fue. Nunca ellas lo son. Tener polla se convertía para los directores en símbolo de autoridad, y no de virilidad. Trabajar era un viaje temporal hacia tiempos atrás. Lisbeth arremetía con bombas verbales contra los muros machistas fijados desde principios de los tiempos, y aún no derribados. El sonido puntiagudo de las teclas del ordenador concluía. “Parece que la brecha entre hombres y mujeres no termina de coserse”.

José Barragán.

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