Volvía
a casa tras acabar con uno de esos asquerosos pintores de lienzos
morados y rojizos. "Un cerdo menos", pensó Lisbeth. Tras
entrar en casa, fue directa hacia el ordenador. Un día más se
convirtió en escritora anónima. Su blog era una caja de odio y
desprecio que aumentaba mientras más salía al mundo real. Esta vez
su objetivo eran los jefazos de una conocida empresa de publicidad.
"Ese despacho está lleno de cerdos hipócritas que exhalan
mezquindad y machismo en cada palabra", escribía con
rabia.
Aquella chica desconocida para Lisbeth estaba convencida en ganarse un puesto entre los altos directivos de la empresa. Mucha y dura competencia, y más si desconocía el criterio de elección del Consejo. Lisbeth no la defendía; le repugnaba la actitud de ellos. La vacante de la empresa se ajustaba a la desconocida como un guante. Activa, segura, firme. Sin duda debía ser la elegida. Pero no lo fue. Nunca ellas lo son. Tener polla se convertía para los directores en símbolo de autoridad, y no de virilidad. Trabajar era un viaje temporal hacia tiempos atrás. Lisbeth arremetía con bombas verbales contra los muros machistas fijados desde principios de los tiempos, y aún no derribados. El sonido puntiagudo de las teclas del ordenador concluía. “Parece que la brecha entre hombres y mujeres no termina de coserse”.
Aquella chica desconocida para Lisbeth estaba convencida en ganarse un puesto entre los altos directivos de la empresa. Mucha y dura competencia, y más si desconocía el criterio de elección del Consejo. Lisbeth no la defendía; le repugnaba la actitud de ellos. La vacante de la empresa se ajustaba a la desconocida como un guante. Activa, segura, firme. Sin duda debía ser la elegida. Pero no lo fue. Nunca ellas lo son. Tener polla se convertía para los directores en símbolo de autoridad, y no de virilidad. Trabajar era un viaje temporal hacia tiempos atrás. Lisbeth arremetía con bombas verbales contra los muros machistas fijados desde principios de los tiempos, y aún no derribados. El sonido puntiagudo de las teclas del ordenador concluía. “Parece que la brecha entre hombres y mujeres no termina de coserse”.
José Barragán.
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